lunes, 23 de julio de 2012


Lo siento mucho, se me quema el corazón con cada incendio.
Arde España a pedazos y el humo nos angustia, aunque sea visto por la televisión. ¡Lo que nos faltaba! Si ya andamos quemados con la mala vida que salpica como una lluvia de hollín, ahora nos quemamos con un fuego devorador de tierras. Para los que pasan desgracias la suya es la peor, la más cruel y desgraciada, porque todas las desgracias lo son, vengan de donde vengan y tengan la temperatura que tengan; en mi caso siendo una privilegiada a la que la desgracia solo ha rozado en esta vida, comparada con la de otros, se me hace más patético el fuego. Es cierto que siendo un desastre se le ve llegar y casi siempre da tiempo a correr, es como si le gustase tener espectadores del trabajo destructivo que tiene. Dicen los bomberos que el fuego tiene vida propia, que sabe lo que hace y su maldad es insuperable; ellos que lo han visto actuar tantas veces y que pelean con el usando armas inteligentes, siempre lentas y con carencias; me hace llorar por impotencia y siento la desesperación de los que lo sufren, que ven como se termina su tiempo. Porque no solo el fuego acaba con el lugar donde vives, con tu modo de vida, el fuego en su afán por destruir acaba con el recuerdo de lo vivido, arrasa las historias que tienen los bosques en su interior, los caminos recorridos; quema el tiempo viejo allí donde se acerca, la vida que nos parece tan rápida, si es la nuestra, se torna lenta cuando se trata de volver a mirar al cielo y que las copas de los arboles te lo impidan.
Buscamos culpables como si esto nos fuese a dejar más tranquilos, como si con eso recuperásemos algo de lo perdido y nunca pasa; sea como sea el modo o el motivo todos pierden. Luego intentaremos volver a repoblar, pensando en que podemos ser mano divina que con inteligencia se prepara para la próxima.
Un señor enseñaba su casa entre negra tierra y se alegraba por haber sido perdonado en un instante, que la llama decidió saltar de copa en copa; el dios fuego le perdono y no sabe porque, ni que es lo que tendrá que pagar por esto. Será la soledad del que mira cómo crece la naturaleza su alrededor, sabiendo que la retina no recuperara lo visto, porque el fuego principalmente nos deja sin tiempo.
Tras un incendio los lamentos darán trabajo a unos pocos que no podrán concluir y en mi cabeza de madre organizadora salen propuestas para el remplazo. ¿Cuánta gente está cumpliendo condena, recluidos en un zulo bonito que no les conduce a nada más que al ansia por salir? Que sirva para algo la redención, que los pongan a replantar siendo esta una manera fructífera de devolver a la sociedad aquello que nos quitaron. De nada vale llorar cuando no hay caminos, vamos a volver a crearlos, como sea. Bastante mal olor tiene este país como para que encima las pulgas nos coman por todas partes, a veces trabajar no significa ser un explotado… y a pesar de todo, sigo con mis ideas que pueden calentar, pero no queman.

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