De los regalos familiares que uno tiene, los abuelos, solo
conviví con uno. El que conocía, que murió con 102 coma 5 años, era igualito
que este gran hombre, el presidente honorable Enrique Mujica, de hecho se
llamaba igual. Parecía que el mundo iba a su lado, no que él lo acompañase, que
es mucho decir para un hombre del que a los treinta años de conocerle me enteré
de que era analfabeto; hubiese apostado porque no lo era, tanto es así que se sacó
el carnet de conducir en los años sesenta, hablamos de un señor que nació en 1908 y hasta los ochenta seguía
conduciendo su viejo seiscientos y haciendo los rutinarios exámenes de renovación
del permiso cada seis meses. Se plantaba en el despacho del examinador con su
botellita de buen vino Rioja y repetía las letras del cartel como si las
hubiese escrito él. Difícil le habría sido formar una frase con aquellas
letras, pero si era por saber, se las sabía de memoria, no eran aciertos, eran concreciones.
Fue un gran tipo con un carácter difícil, cabezón en lo suyo, buen trabajador,
sobre todo por ser de los que la revolución industrial educó, con ese sentido
del deber para con el empleador que casi rondaba el sentir que se tiene amo.
Siendo fiel al jefe era un socialista que acudía a todas las
manifestaciones, las de los obreros y las de los nacionalistas, porque además
había sido un gudari de los que se levantaban por la mañana y decidían que esa
guerra era suya.
Cuando era pequeña tenía mi propia historia sobre la guerra
de este hombre que en sus dos brazos llevaba tatuadas dos cabezas de mujer, la
suya y su madre, hechas en una terrible milicia en África. Recuerdo que en mi
cabeza tenía la idea de que el hombre salió un día por la mañana a la guerra y
como en la mejor de las parodias de Gila, por la tarde lo habían cogido, luego
tres años en prisión arreglando los coches de esos a quienes odiaba.
Un día leí o me inventé, que ya no lo recuerdo, que la
palabra “Chapuza” significaba trabajo realizado a la luz de la luna y desde
entonces mi abuelo pasó a tener este trabajo con una honra que me parecía digna
de un noble. El caso es que no solo trabajaba un montón de horas en el taller,
los días de fiesta salía a los caseríos a hacer eso, chapuzas y volvía con el
macuto lleno de provisiones de todo tipo, que en la carestía le pagaban con
especias. Recuerdo el olor que siempre tenía… madera, manzana, gasolina, mar…
nunca hubo mejor colonia.
El presidente Mújica me recuerda mucho a él, su fisionomía
es parecida, pero sobre todo sus gestos, su forma de ver la vida. Me enternece
y provoca en mí un sentimiento agresivo para con nuestros políticos, que para
nada tienen este aire amable, protector y lúcido del que sé que piensa con la
cabeza… que es con lo que se piensa y no con el estomago lleno de bilis amarga.
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