jueves, 26 de julio de 2012


De los regalos familiares que uno tiene, los abuelos, solo conviví con uno. El que conocía, que murió con 102 coma 5 años, era igualito que este gran hombre, el presidente honorable Enrique Mujica, de hecho se llamaba igual. Parecía que el mundo iba a su lado, no que él lo acompañase, que es mucho decir para un hombre del que a los treinta años de conocerle me enteré de que era analfabeto; hubiese apostado porque no lo era, tanto es así que se sacó el carnet de conducir en los años sesenta, hablamos de un señor  que nació en 1908 y hasta los ochenta seguía conduciendo su viejo seiscientos y haciendo los rutinarios exámenes de renovación del permiso cada seis meses. Se plantaba en el despacho del examinador con su botellita de buen vino Rioja y repetía las letras del cartel como si las hubiese escrito él. Difícil le habría sido formar una frase con aquellas letras, pero si era por saber, se las sabía de memoria, no eran aciertos, eran concreciones. Fue un gran tipo con un carácter difícil, cabezón en lo suyo, buen trabajador, sobre todo por ser de los que la revolución industrial educó, con ese sentido del deber para con el empleador que casi rondaba el sentir que se tiene amo.
Siendo fiel al jefe era un socialista que acudía a todas las manifestaciones, las de los obreros y las de los nacionalistas, porque además había sido un gudari de los que se levantaban por la mañana y decidían que esa guerra era suya.
Cuando era pequeña tenía mi propia historia sobre la guerra de este hombre que en sus dos brazos llevaba tatuadas dos cabezas de mujer, la suya y su madre, hechas en una terrible milicia en África. Recuerdo que en mi cabeza tenía la idea de que el hombre salió un día por la mañana a la guerra y como en la mejor de las parodias de Gila, por la tarde lo habían cogido, luego tres años en prisión arreglando los coches de esos a quienes odiaba.
Un día leí o me inventé, que ya no lo recuerdo, que la palabra “Chapuza” significaba trabajo realizado a la luz de la luna y desde entonces mi abuelo pasó a tener este trabajo con una honra que me parecía digna de un noble. El caso es que no solo trabajaba un montón de horas en el taller, los días de fiesta salía a los caseríos a hacer eso, chapuzas y volvía con el macuto lleno de provisiones de todo tipo, que en la carestía le pagaban con especias. Recuerdo el olor que siempre tenía… madera, manzana, gasolina, mar… nunca hubo mejor colonia.
El presidente Mújica me recuerda mucho a él, su fisionomía es parecida, pero sobre todo sus gestos, su forma de ver la vida. Me enternece y provoca en mí un sentimiento agresivo para con nuestros políticos, que para nada tienen este aire amable, protector y lúcido del que sé que piensa con la cabeza… que es con lo que se piensa y no con el estomago lleno de bilis amarga. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.