Si cuando digo que la Justicia deja mucho que desear… Y no lo digo
al tuntún, solo porque me han multado de una manera sórdida, como por recaudar…
ni tampoco lo digo porque en mi memoria circulan escenas plasmadas para la televisión
donde un “procer” (por haber sido elegido en varias ocasiones), se codeaba,
colegueaba con los jueces del tribunal que le estaba “juzgando” (retrocedo y
pongo comillas a “juzgando” porque era otra cosa, ni siquiera un sinónimo).
Esas ocasiones que trascienden por ser ya exageradas y que al gremio se le
debería caer la cara de vergüenza… no, no me refiero a las veces que justificaron
un maltrato o un abuso sexual, ni a ese juez que rezaba y gastaba como un
emocionado; me refiero al mercadeo que se traen poniendo y quitando autoridad y
prestigio en cada uno de los cambios de gobierno.
Cuando era cría y veía pelis de esas americanas donde los jueces,
en muchas ocasiones, quedan al descubierto como verdaderos malignos llenos de
tejemanejes políticos o económicos, o ambas cosas, me parecía que era teatro,
pura comedia, inventos, no me podía creer que eso existiese en la realidad.
¡Pobre inocente! Creces y a medida que vas viendo el percal intuyes que el
tópico de: la realidad supera la ficción, tiene cabida y miras con escepticismo
si es de recibo dejar que un igual, por muchos libros que tenga llenos de
normas, es capaz de decidir quien acaba en la cárcel y quién no. Piensas que
todo se trastoca, se mira con subjetividad, con esa que se avala en la moral, la
religión o a lo mejor en un buen dolor de ciática al levantarse. No debería
ocurrir esto, no tendríamos que permitir que una corriente de aire decida si algo
es bueno o no lo es. Incluso si hay una mayoría de por medio que decide algo,
siempre habrá una minoría, aunque sea Uno que no esté de acuerdo o quede
perjudicado. Pero nada importa por el bien del estado, de la comunidad, aunque
esa comunidad esté gritando todo lo contrario.
¿Cómo puede nadie pensar que es justo, que es noble, que lo está
haciendo bien, si hay tantos que no están de acuerdo? Por lo menos parar,
meditar, mediar, recomponer los pedazos de la víctima y en el caso de penar,
que sirva de algo, no solo sea un recurso para la retirada de la circulación de
aquellas personas que no nos gustan, que no saben comportarse o que se
volvieron locos. Llegado el momento, la ley ha de cumplirse a rajatabla, aunque
el que la hizo ni siquiera demuestre un ápice de arrepentimiento. Por pena, por
lástima, por enfermedad o por ley, qué más dará si el acusado se convierte en
un icono para algunos. «Lex dura, sed lex» le moleste a quien le moleste.
Siempre miré la legislación como algo que delimita los derechos de
las personas, marca de manera implícita eso que tantas veces decimos: La
libertad de uno termina donde empieza la del otro; pero con los años, no lo
tengo tan claro, no porque no se pueda hacer, que lo supongo, sino porque hay
demasiados implicados que deciden donde empieza y dónde acaba mi libertad y
siempre están tocados por la mano de dios o de una ciática mañanera. Tristes
somos porque al final, las victimas pasan siempre a cuarto plano: la ley, el
criminal, nosotros y las victimas… todos a la vez juzgando y deseando cosas
distintas.
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