jueves, 16 de agosto de 2012


Dicen que tienes veneno en la piel... y corremos a deshacernos de lo que "supuestamente" nos está dañando. Siempre he pensado mal de aquello que cuando se explica, sea personas o prospectos, habla en clave unas veces numérica y otras usando unas palabras tan retorcidas que no hay quien las encuentre en diccionario coloquial alguno.
Salen noticias dichas con reserva, con cierta precaución, por aquello de no herir susceptibilidades y sobre todo, por no hundir alguna empresa; y tiemblo ante la perspectiva de haber estado envenenándome o lo que es mucho peor, envenenando a los míos.
Así, sin más soy participe de un asesinato que otros programan y en el que no soy más que un número en la estadística o una cantidad de medida a la que ni se controla el consumo, ni se le avisa de que puede matar. La palabra Cáncer nos abruma, nos aterroriza y hace que nos movamos en todas direcciones, bien para combatirlo, bien para apoyar a los combatientes o incluso, menos veces, para defender a los científicos que se quedan sin recursos. Pero... ¿y la palabra MUERTE? está no nos parece tan real y por pura estadística tonta el 100% la ha de usar; no sentimos lo mismo cuando leemos en un paquete de tabaco que esto que tanto nos gusta nos puede causar... La Muerte... No hacemos mucho cuando aparece una noticia y cuentan que tal o cual componente puede causar tal o cual enfermedad y con ello llevarnos por ese camino que no se acepta, a morir.
He ido al Mercadona a devolver tres cremas que tenía dispersas por casa. No soy muy de eso, de cremas y potingues que siempre me parecieron inentendibles en sus prospectos y con pocos resultados. Entre otras cosas porque la mayoría de los componentes, no solo de cremas, también de fármacos o comestibles, si los tomásemos aislados en la cantidad adecuada serían los causantes de una muerte segura con más o menos dolor y conciencia. No me hace gracia perder la ilusión de mis tan bien merecidas arrugas, cosa que por mucho que te pongas no se consigue, pero las veo tristes si lo hago.
Fui a la caja y agradecí a la chiquilla que allí estaba su encantadora exposición sobre mi persona. Llamó por el teléfono interno y dijo: Fulano, hay aquí una chica que quiere cambiar unas cremas.
Le agradecí el detalle de no llamarme señora que no me gusta nada, salvo que esté con las uñas sacadas y hasta el momento no era el caso.
A los quince minutos de espera, cuando ya empezaba a sacarlas, las uñas, digo, aparece un señor jefe (no un chico) con unos papeles en la mano, fotocopias de lo que los de sanidad decían sobre los componentes de esas cremas. Ha sacado un tique y me ha devuelto el dinero tan a gusto, no sin antes tocar mi fibra de consumidora... "Conste - decía - qué estas cremas no son, ni han sido nunca causa de ninguna enfermedad" ... Eso es mucho decir, le he contestado. Y se ha puesto a contarme que ellos, que la empresa esa que las hace que es de toda confianza... No he podido menos que decirle, recordando ayer una entrada de una amiga, que si era que les tenían manía, como en el cole, a lo que se le ha abierto la boca diciendo que sí y luego el muy... no sé qué adjetivo usar... “pobre”, se ha referido a lo del asalto del otro día por parte de los chicos andaluces. Hasta aquí hemos llegado. No solo me han tocado las células sino que además me quieren tocar la moral. Señores de Mercadona, no me vacilen. Puedo demostrar que ya no son mi supermercado de confianza, hace mucho que dejaron de serlo porque aquellos tiempos que se molestaban por hacer las cosas bien, se han terminado. Ya no veo niñas embarazadas con cara de felicidad, no veo productos con procedencia cercana... bueno sí, ahora el pescado es de la bahía y cuenta el doble que el de antes; y así una lista larga de cosas que ya no me dan confianza. Estoy convencida de que no solo tengo veneno en la piel, también por dentro va haciendo su trabajo. No confío ya ni en mí, menos en otros.

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