Dicen que tienes veneno en la piel... y corremos a
deshacernos de lo que "supuestamente" nos está dañando. Siempre he
pensado mal de aquello que cuando se explica, sea personas o prospectos, habla
en clave unas veces numérica y otras usando unas palabras tan retorcidas que no
hay quien las encuentre en diccionario coloquial alguno.
Salen noticias dichas con reserva, con cierta precaución,
por aquello de no herir susceptibilidades y sobre todo, por no hundir alguna
empresa; y tiemblo ante la perspectiva de haber estado envenenándome o lo que
es mucho peor, envenenando a los míos.
Así, sin más soy participe de un asesinato que otros
programan y en el que no soy más que un número en la estadística o una cantidad
de medida a la que ni se controla el consumo, ni se le avisa de que puede
matar. La palabra Cáncer nos abruma, nos aterroriza y hace que nos movamos en
todas direcciones, bien para combatirlo, bien para apoyar a los combatientes o
incluso, menos veces, para defender a los científicos que se quedan sin
recursos. Pero... ¿y la palabra MUERTE? está no nos parece tan real y por pura estadística
tonta el 100% la ha de usar; no sentimos lo mismo cuando leemos en un paquete
de tabaco que esto que tanto nos gusta nos puede causar... La Muerte... No
hacemos mucho cuando aparece una noticia y cuentan que tal o cual componente
puede causar tal o cual enfermedad y con ello llevarnos por ese camino que no
se acepta, a morir.
He ido al Mercadona a devolver tres cremas que tenía
dispersas por casa. No soy muy de eso, de cremas y potingues que siempre me
parecieron inentendibles en sus prospectos y con pocos resultados. Entre otras
cosas porque la mayoría de los componentes, no solo de cremas, también de fármacos
o comestibles, si los tomásemos aislados en la cantidad adecuada serían los
causantes de una muerte segura con más o menos dolor y conciencia. No me hace
gracia perder la ilusión de mis tan bien merecidas arrugas, cosa que por mucho
que te pongas no se consigue, pero las veo tristes si lo hago.
Fui a la caja y agradecí a la chiquilla que allí estaba su
encantadora exposición sobre mi persona. Llamó por el teléfono interno y dijo:
Fulano, hay aquí una chica que quiere cambiar unas cremas.
Le agradecí el detalle de no llamarme señora que no me gusta
nada, salvo que esté con las uñas sacadas y hasta el momento no era el caso.
A los quince minutos de espera, cuando ya empezaba a
sacarlas, las uñas, digo, aparece un señor jefe (no un chico) con unos papeles
en la mano, fotocopias de lo que los de sanidad decían sobre los componentes de
esas cremas. Ha sacado un tique y me ha devuelto el dinero tan a gusto, no sin
antes tocar mi fibra de consumidora... "Conste - decía - qué estas cremas
no son, ni han sido nunca causa de ninguna enfermedad" ... Eso es mucho
decir, le he contestado. Y se ha puesto a contarme que ellos, que la empresa
esa que las hace que es de toda confianza... No he podido menos que decirle,
recordando ayer una entrada de una amiga, que si era que les tenían manía, como
en el cole, a lo que se le ha abierto la boca diciendo que sí y luego el muy...
no sé qué adjetivo usar... “pobre”, se ha referido a lo del asalto del otro día
por parte de los chicos andaluces. Hasta aquí hemos llegado. No solo me han
tocado las células sino que además me quieren tocar la moral. Señores de
Mercadona, no me vacilen. Puedo demostrar que ya no son mi supermercado de
confianza, hace mucho que dejaron de serlo porque aquellos tiempos que se
molestaban por hacer las cosas bien, se han terminado. Ya no veo niñas embarazadas
con cara de felicidad, no veo productos con procedencia cercana... bueno sí,
ahora el pescado es de la bahía y cuenta el doble que el de antes; y así una
lista larga de cosas que ya no me dan confianza. Estoy convencida de que no
solo tengo veneno en la piel, también por dentro va haciendo su trabajo. No confío
ya ni en mí, menos en otros.
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