lunes, 27 de agosto de 2012


Ser mosca es un asco, llamarse, sentirse "mosca" también.
Miro sin querer a un lado u otro, no me cuesta mucho descubrir alguna en posición de vigía que descansa mirando resguardada detrás del puente de mando, sin tener que ascender por el poste y morirse de calor o de frío. Ellas, siempre nos acompañan, nos observan calladas, dispuestas a molestar solo si es necesario. Aquí se vive bien, se vive caliente, cómodo y en un estado de embriaguez que engaña los mejores olfatos. Las veo quietas y las fotografío; busco su nombre en los informativos y ninguna es famosa, cosa extraña por demás.
Ellas no se llaman a sí mismas con palabras, se rozan, se desgastan las alas degustándose como dulces pedazos de un pastel del color del azabache. ¿Qué nombre tendrá esa gorda impertinente? O la otra delgada y de grandes ojos. La mía no tiene un nombre que yo le di, no puede ser, me niego a bautizar a esta intrusa; pero si voy a hablar de ella diré que se llama Común y se apellida Domestica. Ya sé que no es del todo correcto, pero es igual, morirá en unas pocas horas y prefiero no tenerla por amiga. Las hay mucho más bellas, esas negras brillantes con tonos irisados y de gusto exquisito, ellas que solo acuden a lo que realmente tiene jugo; amantes de las carnes, pescados o cualquier órgano que esté en estado de pronta putrefacción. Me gusta su color que es tan como los ojos de un fantasma. No es el caso de verlas como la raza preciosa que dominará la tierra, solo es un saber que a poco que me moleste, sin molestia alguna, la voy a matar. Me voy a erguir en dios matamoscas, aun sabiendo que esta que me mira no me hizo daño alguno.
Este incipiente odio es cosa mía, es natural en mi alma. He visto demasiadas veces niños, enfermos, desnutridos, abandonados a su suerte con una manada de estas asquerosas encima, las detesto por esto. Sé que ellas solo cumplen un ciclo, que no piensan, no son culpables de ser cómplices de la enfermedad, de la mayor de las miserias. Me acerco y echa sus manos a la cabeza, preocupada, se las relame; quizás se seque las lágrimas porque sabe que le queda menos de unas horas, menos de un minuto, el tiempo justo para que alguien como yo, se convierta en una asesina de moscas.
No quiero volver a veros, no quiero ver niños murientes debajo de vuestras asquerosas patas. Si fueseis listas os haríais venenosas y dirigiríais vuestro toque maldito a esos que son los causantes de que veamos tantas fotografías de moscas. 

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