jueves, 9 de agosto de 2012


CON LA COMIDA NO SE JUEGA!… Esto me lo han dicho mil veces de pequeña. Tengo que confesar que era de las que hacían del comer un juego psicológico para llamar la atención, en ocasiones y en otras… solo por joder. Me gustaban algunas cosas y
 otras las detestaba, como todos los críos. Recuerdo que no podía con dos productos inventos del diablo, el yogurt y el hígado. Me ponía mala cuando los veía cerca y mucho más si algún maldito me quería hacer engullir aquellos asquerosos compuestos.
Con el resto de las comidas podía eternizarme y acabar con la paciencia del mismísimo Job. En mi defensa diré que otra de las cosas que más me gusta y solo está relacionado con el comer es… que me den la comida a la boca. Ya sé que suena mal a mis años y que de cría no sabía que esta afición mía termina en un momento dado y solo llega cuando estás muy, muy enfermo, no ha sido el caso, o cuando eres muy, muy viejito; así que me espera una vejez de disimulos y teatros para conseguir que algún alma caritativa me dé de comer a la boca; solo con imaginarlo me emociono.
Tuve la gran suerte de que mi madre comenzase mi alimentación con la maravillosa Maicena. Esa dulce crema que a muchos nos ayudó a crecer. Para ella era algo rápido de cocinar y mucho más metérmelo en la boca. Era muy pequeña pero aun lo recuerdo, sé que me hacía la remolona pero solo era por alargar el placer de la alimentación sostenida. Luego llegó la comida “normal” y también empezó a dar resultado el propósito de esta, que es desarrollarse. Crecía día a día y como no quería terminar con la maravillosa sensación de ser alimentado con el mínimo esfuerzo conseguí que mí, nunca demasiado querido padre, me hiciese el favor. Lo conseguí hasta… casi me da un poco de vergüenza decirlo, hasta los trece años, justo unos meses antes de que me bajase la cosa esa que te dice que ya eres una mujer, mi padre me daba de comer a la boca y no solo esto; el buen hombre me hacía pequeños juegos para que me sintiese bien. Carreteras que surcaban la grasa de los macarrones… Banderas con las verduras o países con el arroz a la cubana… qué paciencia tenía para conmigo. El plato que más me gustaba recibir era Patatas a la Riojana, que son, nada más y nada menos que unas patatas cocidas con su chorizo. Recuerdo la bella visión general de aquellas moles coloreadas y el trozo de chorizo que bailaba en un poco de caldo… puedo, lo juro, puedo olerlo y se me hace la boca agua. Él tomaba mi plato y aplastaba todas las patatas hasta hacerlas un puré homogéneo, luego levantaba una montaña en el centro del plato y encima ponía el chorizo a modo de estallido fantástico; comenzaba haciendo unos graciosos túneles en la base hasta que el chorizo implosionaba dentro de la montaña, esto era lo mejor. Luego tragarme aquel rojo artefacto me podía llevar a mezclarlo con la fruta del postre o lo que fuese, el último tenedor me podía durar todo el telediario de las tres, el único que había en esos años.
Después he conseguido en alguna ocasión que me volviesen a dar la comida en la boca, pero eso es otra historia. Lo que tuve que aprender por obligación es a comer sola, suena fatal, verdad? Quiero decir que aprendí el manejo de esas armas blancas que son los cubiertos y que han hecho posible que mis comidas sean un buen banquete casi siempre. Me gusta hacerme pequeños montaditos con lo que llega al plato, delimito el contenido, lo recompongo una y otra vez calculando no me quede nada suelto y destroce la estadística, la composición. Sé que puede parecer un poco paranoico, pero no se me nota casi nada, todo lo hago con la cara esa que ponen los ingleses victorianos del dieciocho en las películas, muy a lo mío con educación.
Una cosa que me mosquea de los alimentos es que no están quietos, quiero decir que no dejan de bailar en las mesas de los laboratorios para salir, unas veces ganando y en otras, perjudicados. Ya tengo una edad y en estos años he visto desmontar las ideas saludables de mi abuela y con el tiempo ensalzarlas. He sabido de que tal cosa era un prodigio de las vitaminas y después que era puro veneno para no sé qué. Me han intentado convencer de que si tomo tal o cual cosa viviré eternamente y no tendré enfermedades y luego he visto a los susodichos con buenas y prematuras muertes. Por lo tanto he dejado de creer en esto, quizás no tanto por el desengaño científico, que nunca me llegue a creer del todo, sino más bien por el otro desengaño, el de que comemos cosas naturales. No solo hay demasiada gente comiendo y todos quieren tener el frigorífico lleno, además hay que llenar los contenedores con sobrantes que no servirán ni para volver a dar a la tierra un poco de lo que nos regala… ni falta que le hace! dirá algún listo. Ya no hay necesidad de tener campo para cultivar lo que sea, ahora con un poco de la preciada tierra y mucha química se puede cosechar de todo. Y si no se trae desde el quinto pino en un estado tal, que pocas veces reconozco ya el color y mucho menos el sabor de eso que como. Me voy a tirar al Starlux que por lo menos sabe saladito, tampoco como el de años ha. ¡Qué asco me da ver cómo nos engañan con la comida! ¡Qué pena saber cómo nos dejamos engañar! Y cuanta tristeza porque me veo que de viejita, cuando alguien me de la comida a la boca, ni el tenedor sabrá qué coño estoy ingiriendo.
Para que no queden dudas de este gran invento que es el engaño con la alimentación os paso este enlace de terror, da miedo, lo sé y si no estás preparado porque temes por tu integridad… no lo leas, quedas avisado. ¡Qué aproveche!
Por qué no consumo productos que dicen ser saludables  Por: Mikel López Iturriaga | 08 de agosto de 2012

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