domingo, 12 de agosto de 2012


Hoy ha sido un día de esos que lían a cualquiera, uno en los que te planteas ciertas cosas con un poco de perspectiva y que se mezcla con eso que a veces se trasluce borroso y no se puede dejar de hacer, recordar. He estado en el hospital por uno de esos sustos que a veces nos trae la fortuna, todo ha salido bien y en unos días el convaleciente volverá a tener el mismo aspecto saludable que siempre le acompaña, habrá perdido unos gramos, que es lo que debe pesar un apéndice y sin duda ya no tendrá esa reserva de miedo que tenemos todos cuando de roce con la medicina se trata. Algo más que un roce, claro, digamos un abrazo.
Mientras esperaba en la sala de urgencias recordaba, me recordaba de niña agarrada a la mano de mi padre en San Sebastián. El barrio se llama Amara Viejo, por esto mismo, porque es de los que tienen solera en la ciudad. El creció en este lugar, jugó en sus calles y tuvo una vida casi normal en la época de la guerra y luego en la maldita posguerra, que en ocasiones fue peor que la misma batalla. De ese día tengo almacenada una escena en la que una niña con su padre eran saludados por un señor alto, moreno con sombrero y un imponente bastón. Olía a colonia de hombre, esa que se nos metía dentro y costaba que saliese horas después, más aún porque se agachó hacia mí después de estrechar efusivamente la mano de mi padre. No recuerdo muy bien su cara porque me deslumbró la gruesa cadena que sujetaba una medalla con la imagen de una virgen. En las manos y la muñeca también llevaba muchas piezas de oro que brillaban singularmente. Cuando se fueron mi padre me contó que era el Príncipe Gitano y que desde siempre habían demostrado gran cariño por la familia. Mi abuelo Valero, al que solo conocí por las anécdotas que de él contaban, había conseguido que los gitanos enfermos de San Sebastián fuesen hospitalizados, hasta entonces se les trataba en la calle sin permitirles entrar en el recinto. Por esto la familia gitana tenía en gran estima a la mía. Hoy viendo lo bien que nos han atendido, los muy buenos recursos que se disponen para nuestro servicio no he podido por menos que recordar al abuelo comunista que luchó como muchos por defender unas ideas que para el eran imprescindibles. No lo conocí, pero siempre estuvo rondando las tertulias en el recuerdo. Imagino que como todos los vivos hacen, redimir a los muertos, mi padre haría lo propio con el suyo y algunas de las cosas que contaba serían un poco exageradas o suavizadas según el caso. Esta la viví en aquel cariñoso saludo.
En el siglo pasado muchas personas se morían por una apendicitis; hoy en día en un par de horas te salvan la vida. Esto solo es un ejemplo a considerar, uno que como muchos pasa desapercibido y que justo merece unas “muchas gracias” y poco más.
He ido al hospital y allí entrábamos todos, no he visto ni una mala cara, ni una triste indicación, los que llegaban, muchos sin parecer realmente enfermos en una zona de urgencias, eran atendidos amablemente. El lugar estaba fresquito, limpio y sin un ápice del olor que siempre me viene a la memoria cuando hablo de hospitales, aquel que recuerda tanto la cura, como la enfermedad, aquí no huele a nada, ni bien, ni mal, simplemente carece de olor con el que el visitante pueda identificar donde se halla. Los profesionales con los que te encuentras tienen buena pinta, de eso, de profesionales y se empeñan en demostrar una cordialidad y una paciencia fuera de toda duda. No te sientes desvalido, ni mal tratado en ningún momento, te entran ganas de confiar tu vida a su saber.
En la espera repasaba los recortes que el gobierno, los gobiernos están haciendo en cuestión de salud y mi enfado iba creciendo. Ando cabreada con el gobierno por tocar algo que ha costado muchos años conseguir y que apuesto algo a que gente como mi abuelo Valero, de poder vernos hoy en día se aplaudirían a sí mismos por haber colaborado a que esto fuese posible. Ellos no podían imaginar que ahora, en pleno siglo XXI con tanto como hemos avanzado estemos intentando recular, solo por el maldito poder. Todos estamos en el mismo barco, pero unos andan en primera y otros duermen al lado de los motores, no puede ser que algo tan necesario nos sea quitado con esta impunidad. Los centros deben ser dignos y los profesionales, es digno que cobren, no un sueldo, un buen sueldo que ellos son los que en muchos casos van salvando la vida o mejorándola cuando mal nos vemos.
Seguía enfadada porque desde hace unos años cada uno tira para su casa, pasamos de mirar en bloque, viendo caer esas organizaciones que solo son viciosos del dinero: la bolsa, los bancos o las grandes agencias que manejan los capitales y que jamás usan las moneditas que a nosotros nos caen por nuestro trabajo; veo que de alucinar con los robos e intentar que se esclarezcan y que los culpables paguen por lo que hicieron, hemos pasado a defender cada uno lo que le parece le toca más de cerca. Los trabajadores se han desglosado en las diferentes agrupaciones, peleando por conseguir un puesto alto en la desgracia general. Todos arrimamos el ascua a la sardina de la carestía, para quedarnos con míseras raspas. Este gobierno comienza a recortar, a subir impuestos, a permitir que el empresario maneje al obrero como si fuesen objetos y a disminuir los servicios que el pueblo ha conseguido tras muchos años de lucha. No hay dinero para pagar lo que se consume y pretendemos que lo mío sea más importante que lo tuyo. Unos días defendemos las prestaciones sociales hasta que llega una subida de IVA y el grupo de la farándula sale a la calle a pelear. Otro día se lanza la idea de que no se puede mantener tal o cual mina y enseguida hay revolución. El funcionario recibe un tajo en su mensualidad y no es a comparar con el resto que no reciben ni el finiquito. Los adeudados quieren cobrar y amenazan, los jueces ven caer su estatus y cruzan al otro lado. Ya no hay para seguir viviendo en un buen estado social. Los empresarios no venden la producción y patalean echando gente a la calle sin previo aviso. Nos quejamos porque se quitan las ayudas a las personas con problemas y meten más horas y niños en las aulas… La sanidad se tambalea y parece que no iguala al resto de los problemas. La ciencia, ha dejado de ser necesaria.
Hemos llegado al punto de un sálvese quien pueda y lloramos por las migajas que nos sueltan desde Europa, aguantamos insulto tras insulto con la cabeza gacha, como si esto, de alguna manera nos lo mereciésemos. No, nadie se merece bajar su calidad de vida, digo calidad, no su riqueza, que en la carestía también se podría repartir.
Esto solo es cuestión de que es lo que tenemos y cómo lo repartimos. Pocas personas han hablado del repartir, del que todos podamos conseguir eso que nos mata, dinero, para poder seguir manteniendo esta sociedad que está basada en el consumo. Todos peleamos de a pocos, todos vemos los peligros, pero me temo que hay ocasiones en las que debemos de parar y exigir que ciertas cosas no se toquen. Escucho las quejas y creo que no reflexionamos lo suficiente, ya no es momento de echar la culpa a otro, o nos ponemos las pilas o nos comerá la mala leche, sin solucionar nada.
¿Qué es eso que no puedes perder? ¿Qué es lo que más valoras?
En mi caso creo que no puedo perder el gusto de comer todos los días, es una necesidad, como también lo es tener la tranquilidad de que si enfermo voy a poder ir al servicio de salud y se me ha de atender con los adecuados profesionales y las instalaciones más punteras. Si a cambio de esto tengo que dejar de ir al cine o mucho más bestia, dejar de estudiar, lo dejo. Porque por mucho que se empeñen esas cosas no se han de borrar, tenemos mil modos de llegar a la cultura, mil maneras de aprender. El que quiere, el que necesita, siempre puede recurrir a la gran información que ya se encuentra al alcance de todos.
Esos que se dicen gobernantes, que fueron elegidos de manera legal, han pensado que somos idiotas y que seguiremos peleando sin darnos cuenta de que son sus guerras, no las nuestras. ¿Qué es eso que no puedes perder? ¿Qué es lo que más valoras? ¿Qué hubiese dicho mi abuelo Valero?

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