Me crié en centros escolares de todo tipo; a lo largo de mi
vida de estudiante me senté en siete u ocho lugares de enseñanza diferentes,
desde escuelas curiosas donde daban clase en una aula única para todas las
edades, en privados o la tan denostada, en mi época, escuela pública; aulas
solo para las niñas o de temática religiosa.
Con esta experiencia que adquirí en esos años bien podría
contar al señor ministro que no es bueno que los chavales estudien separados. Aunque
no lo parezca la interacción que se tenía en los patios o la calle cuando te
encontrabas con muchachos era difícil. No nos conocíamos y nos tratábamos
tontamente, sin saber cómo hacerlo y descubriendo a base de errores que era lo
que esos chicos o chicas querían en cuanto a una relación para el juego o la
amistad. A nosotras nos parecían extraños y a ellos les parecíamos extraterrestres.
Cada uno en lo suyo se empeñaba en demostrar que merecía la pena estar juntos,
aunque las instituciones nos pusiesen en diferente lugar.
Nos miraban, ellos a nosotras, en las vallas de los patios
de recreo como si les embelesásemos y cuando mirabas se reían haciendo ver que
las niñas tontas hacen gracia. Y es que parecíamos tontas cuando del otro sexo
se trataba, nos poníamos a jugar a señoras dignas que no se rozan con lo que
ellos representaban en casi forma animal, eso que les hacía parecer unos brutos
de tomo y lomo. Les gustaba vernos jugar, porque nuestros juegos eran
diferentes; la goma, la comba, atusarnos el pelo, cuchichear, el corro… juegos
la mar de tranquilos comparados con los de ellos, donde casi siempre había una
manera de hacerse daño, una meta y un balón.
En estos años no nos parecía raro eso, al revés, lo asumíamos
porque aunque ahora suene cosa de mil siglos en este país y en otros también,
se hacían las cosas en doble, para uso discriminado, ellos y ellas. En las
iglesias había dos tiras de largos asientos, unos para hombres y otros para
mujeres, los baños siempre separados, los papeles diferentes, el Servicio
Social para nosotras que necesitábamos educarnos para la igualdad y la ciudadanía…
o la libertad.
A mí me gustaba ir al pueblo los veranos, allí era casi
libre y desde luego mi cuadrilla era de chicos y chicas en la misma proporción,
con las mismas oportunidades de subir a un árbol, chiflar como los pastores o
bañarnos en porretas. En la ciudad, no salía a la calle a jugar, porque eso era
de niños de barrio. Mi exquisita educación no permitía andar por la calle, la
misma que nunca me dejó ver a mi padre en bolas o que sabía bordar pero no como
se hacían los niños. Por eso cuando recuerdo el primer beso, aun me sonrojo; de
no ser por los juegos mixtos hubiese tardado años en darme cuenta del detalle. No
iguales, no diferentes, somos lo que somos, personas que pueblan este planeta y
que no podríamos hacer nada los unos sin los otros. De haber convivido con
ellos desde la infancia seguramente entendería mejor el comportamiento de otros
y ellos, el mío. Claro que el ministro bien podrá preguntar a los psicólogos,
que son los que mejor saben de comportamientos. Menos mal que algunos libros
ayudaron para que no hubiese tanta distancia, claro que la realidad… supera
siempre.
AL MINISTRO NO LE PARECE MAL QUE UNOS Y UNAS SE DISTINGAN. Declaraciones del ministro
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