Sé que a veces parezco un tanto dispersa… Sé que hay cosas
que me parecen de gran valor social y a lo mejor solo me hacen cosquillas a mí…
Llevo años mirando en bizco, intentando comprender lo que ve el ojo de un lado
y el otro, escrutando el dedo que señala y lo señalado. Es difícil hacer esto;
lo cómodo es mirar hacia el punto que se nos muestra y dejar resbalar los
pensamientos por la indicación. Ver solo el dedo también tiene su aquel, es
amor, fe, compromiso, estupidez, dejadez, sabiduría… también es dejarse llevar
y sentirte feliz, que lo fácil es esto; no cansa, no desgasta, solo esquilma tu
capacidad de pensar, que a buen seguro anda durmiendo detrás de un sueño que no
llegará a cumplirse.
Hace años que me pregunto si las cosas que hacemos en
sociedad tienen mayor fundamento que el económico y las ganas de sentirnos abstraídos
de la rutina, de la monotonía diaria o de la simple y llana realidad personal,
el puro aburrimiento de ser personas obedientes. Veo que se organizan “saraus” con
distintos matices: los deportivos, los taurinos, las ferias, las fiestas
patronales, las vírgenes o los santos que cada uno lleva encima… es un compendio
de emociones dirigidas hacia el sistema en que el grupo hace razón de todo… lo
que hace.
No me gustan las fiestas, ni los folclores, ni la tradición;
nunca me he sentido parte de estas cosas, casi me llegan a asustar. Veo que la
gente pierde la compostura o acepta de buen grado la que pierden otros y todo
se justifica en pro de una costumbre.
Veo esta noticia y la publico porque siempre lo pensé, es
triste ver tanta comida tirada, usada para la fiesta y todo por un día de
locura colectiva y pingues beneficios económicos. Sé que para muchos el cálculo
del capital que se mueve es suficiente para dejar pasar ciertas situaciones y
es que si en un pueblo se da el caso de que nunca pase nada, de que sus
habitantes sean conocidos por la tranquilidad en la que viven, que su mayor
tesoro llegue a ser el paisaje o unos pocos vestigios del pasado, no les
conducirá a ver como se llena el pueblo de gentes desconocidas que dejan su dinero.
Es triste para ellos, que se sienten menospreciados, no se les ocurre pensar
que hay muchas otras cosas que se puede hacer para atraer visitantes. Producir
un buen caldo, unos exquisitos manjares o enseñar aquello que les hace o les
hizo grandes, no es rentable, solo llegan cuatro perdidos que, como yo, buscan
desconectar a lo bruto, por otro camino que no sea el de quemar, torear o
golpearse a base de verduras.
Me paro a mirar el dedo que señala y que nunca marca a los
que no tienen nada y que ven como unas toneladas de comida se pierden. Dicen
que hay en España 2.000.000 de niños que ya están viviendo en el umbral de la
pobreza. Esa que mirado desde Etiopia es la riqueza más grande, pero aquí les
hace ver que sus padres andan merodeando los contenedores, comiendo en
restaurantes sociales o vistiendo de la caridad. Sé que los deportes mueven
dinero y las fiestas grandes o pequeñas, que todo es parte de la economía de un
país… lo sé y lloro por esto. Me gustaría pensar que la riqueza de mi país, no
solo la que estamos perdiendo por momentos, la otra, la de las personas, la que
les hace grandes por ser buenas gentes, luchadoras, inventoras, incluso un poco
pillas, eso en lo que destacamos, salga a la luz. Que lleguen las buenas ideas
para aprovechar los recursos, no para gastarlos maltratando toros o pudriendo
tomates… Porque al fin de cuentas ¿Quién gana, el grupo, unos pocos o tú?
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