Me levanto, hago lo propio y subo a desayunar. Enciendo dos
cosas y abro una puerta; el Pc hace ese ruidito gracioso que ya empieza a ser
parte de mi canción y siento chiribitas en el estómago. No son las del amor,
son las que siente el ludópata cuando se toma algo en un bar y resuenan los “clic
clic” de las tragaperras; le doy al café un poco con prisa, ya se ha iluminado
la primera cosa que me pide que haga algo hoy… No me lo planteo y comienzo el
camino mañanero hacia la información.
Controlo a los amigos en sus cosas, a los que no conozco más
que por un seudónimo o entro en la prensa para ver que noticias
desnaturalizadas me traen.
Cierto es que una no tiene amigos o conocidos en el poder y
eso me enseña solo un lado del cubo, quito los muchos adjetivos que resuenan y
me las doy de sustancial, esforzando mi capacidad de discernir, de objetar o de
sentir un poco más cercano eso que, en muchas ocasiones, me pilla lejano y
ligeramente me roza. Hago como todos, una criba de lo interesante y lo banal,
sin tener muy claro que es cada cosa.
A veces tengo la sensación de no estar al tanto de lo que
realmente sucede, de tener la casa contaminada con ideas que no son mías y por
mucho que intente recopilar datos, todos me suenan a manipulación, de un lado,
de otro, siempre me faltan datos y puntos de vista o entender las
instrucciones, los componentes.
No es normal que unas personas usen lanzas contra un ser
vivo y luego estén apuntados a una ONG; no es propio que un juez no cumpla, no
haga cumplir las leyes y mire para otro lado cuando los casos le son
familiares. Es imposible que un señor gobierne un país y madrugue para
hundirlo; que unos empresarios se froten las manos y decidan que los obreros no
son personas o que el sentimiento nacionalista haga tan diferentes a los
compatriotas, sin dar pie a otra cosa que no sea que nuestra unión es la única que
tiene fuerza. Lo digo, solo veo un lado, una cara, unos posicionamientos que,
lo más triste, ya no me chocan, no me parecen innovadores, restauradores de eso
que perdimos o que intentamos tener, no veo solidaridad, no siento que las
preocupaciones sean reales. Es como jugar a ser mayores y luego irse a la cama exhausto
por la jornada sin reflexión, solo buscando el poder levantarse al día
siguiente y mirar si el mundo ha cambiado un poquito.
Me temo que la vida global recorta la individual, me parece
que no vemos las consecuencias de un decir, un hacer, un suponer y que tanto
griterío acaba por ocultar lo que realmente importa. No veo ideas del
compartir, repartir y es posible que esas se den en el seno de las familias, los
amigos, a diario. Cuentan poco, no son importantes y no hacen que las noticias
que nos invaden sean las mejores. Nuestro cachito solo es significativo para
nosotros y poniendo un velo no lo haremos mejor. Lo triste es que vivimos en un
continuo efecto mariposa donde lo que dice el protagonista de turno hace que
tambaleen nuestras vidas y al final quede claro que hasta las mentiras o las
verdades decoradas, nos afectan y nos infectan.
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