viernes, 28 de septiembre de 2012


"Hay que escuchar a la calle pero obedecer a las urnas"... Esta es una de las frases que he leído respecto al uso de la fuerza en la manifestación del día 25, la del Congreso. La que se hizo en la calle de, a unos metros, no dentro, ni siquiera se llegó a tocar las paredes. Esa que en un primer momento, según estimaciones eran 6.000 y a vista de pájaro esos "pocos" lo invadían todo, las cuentas no salían, llegando a la cifra, seguramente igual de buena de los 900.000.
Los ciudadanos suponemos que con quinientas mil firmas se puede cambiar lo que haga falta en el gobierno y eso dista mucho de ser real. Suponiendo que esos quinientos mil firmen como se debe, poniendo todos sus datos correctamente, se entrega a las autoridades y… y eso se convierte en un proyecto de ley que no quiere decir que sea aceptado. Puede ser considerado, pero ¿quién mide la consideración? La prensa, los que informan se encargan de hacernos saber qué es lo que se supone pasa, pero puede muy bien no pasar, dentro no están. Ellos, una vez que toman el poder, sobre todo si son mayoría, se encierran en su bunker y cual dioses intentaran seguir las pautas que se marcaron o las que marcan según va llegando la situación. No nos enteramos de la verdad, solo pequeñas dosis entremezcladas con el sentir patrio que no consuelan a nadie. Organizan, crean, rompen a su antojo, porque son mayoría y por muchas firmas, por mucha gente que se coloque a las puertas, nadie les impide hacer lo que quieran.
Ante esto a mí se me ocurren varias cosas que son del todo lamentables. Recuerdo frases como “Si no votas, no te quejes” y ahora en la distancia veo que da igual que votes o no, porque el quejido, como pueblo, no sirve de nada. Ellos, del partido que sea, se dedicaran a seguir un rumbo que se supone marcaron en esos bonitos papeles, en los carteles, en los discursos en cada mitin, ellos harán lo que les de la gana. Solo con una consulta donde todo es electoralista, donde todo anda acompañado de un “os queremos” y que durará cinco años de nuestras vidas, solo con esto tienen carta blanca para hacer y deshacer lo que les place. Los que no votamos nos quejamos, los que sí se quejan, incluso gentes de su misma inclinación política y dejan de ser representantes de la mayoría para convertirse en actores, directores y productores de su propia obra de teatro. Unos se sorprenderán por los olvidos, otros lamentaran los actos, pero es lo mismo, es igual que hagamos manifestaciones con seis o novecientos, para esta gente lo que el pueblo pensó en un momento dado, es de obligado cumplimiento, aunque para ellos haya cambiado como de la noche al día aquello por lo que se les votó, eso que proponían en sus bonitos panfletos y gritaban con una fuerza desmedida en sus mítines.
Si su justificación ha sido el cambio económico, malos estadistas son cuando no lo preveían, malísimos políticos cuando no son capaces de explicar con el mismo tono de voz usado en los mítines estas actuaciones. Fumarse un puro ha dejado de ser sinónimo de obra concluida, bien concluida, con buenos resultados, ha pasado a parecer que es un “me reafirmo” soy poderoso y hago lo que me da la gana… en este caso, meternos a todos en un mercado donde solo ganan los usureros.

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