Hoy es un iPhone, ayer eran unas cómodas zapatillas de
correr, antes de ayer el algodón en el Misisipi que tantos buenos recuerdos nos
trae…
Es curioso cómo hemos conseguido, como humanos, utilizarnos
unos a otros hasta llegar a tener como posesiones, sin aprecio alguno, a otros
de nuestra misma condición. Me pongo música de esclavos, Work Songs, esa que
era un llorar con ritmo, el blues más triste jamás escuchado; es lo que toca
para centrarse en lo que me gustaría decir.
MÚSICA DE ESCLAVOS Y CONVICTOS work songs
¡Qué jodida suerte tengo! Puedo decir, puedo ir o no ir,
tengo la posibilidad de consumir o no y sin duda, puedo morir en vida o vivir
con algo, no mucha, dignidad. Esto, no lo pueden, ni siquiera pensar, muchos
humanos. Nadie piense que son de otra raza, ya lo decía el señor aquel que
tantos carteles ha propiciado, todos sangramos lo mismo. Pero yo, tengo agua y
tiritas para curar mi herida, ellos no tienen nada.
Veo con desagrado un descaro ante el consumo que a veces
raya la perversión. Nos escandalizamos cuando en un documental se nos muestra
que para comer un exquisito pate haya que maltratar cruelmente (el maltrato
siempre lo es) a un pato y en algunos casos hasta hacemos bandera y dejamos de
pensar en nuestro agradable beneficio para pasar a la reprobación pública y no
volverlo a comer. Somos así de valientes y de fraternos con los patos. Otra
cosa es cuando se dice, se muestra con un similar documental el maltrato a
otros de nuestra especie, que son parte de las posesiones de los grandes
empresarios que nos ofertan artículos que, en muchos casos, no necesitamos para
nada. Miramos las noticias, vemos las pruebas y a lo mejor da para una charla
en el bar, pero no mucho más. Es curioso que estas cosas que vemos, que se nos
muestran, aun siendo mil veces más graves que las de los patos, nos parecen
rumores, peleas entre las marcas para desprestigiarse unos a otros, no son
fiables en nuestro contexto, el consumir.
Vimos como los de Ikea explotan a los pequeños empresarios
orientales, pero no importa porque son bonitos sus muebles; supimos que las
firmas deportivas usan de niños para sacar las prendas a mejores precios, y aun
así no hay nada como el último modelo de Adidas u otras marcas. Sabemos que hay
unos cuantos minerales que son extraídos en condiciones terribles, sin la más mínima
seguridad para el desgraciado que a mano rasca la tierra; pero me puedo poner
un anillo precioso que dirá a todos lo exquisita que soy. En la telaraña de las
tecnologías nos hacemos eco de cómo se llevan millones de toneladas de
desperdicio, de esas mismas, a distintos lugares, en Oriente casi siempre,
donde dormitan en escombreras soltando todo tipo de venenos que de a poco las
gentes del lugar van salvando a costa de su salud. El siguiente paso es salir
una mañana al mundo y gritar: ¡Tengo un teléfono cojonudo! Y mandar doscientos mensajes para que nuestros
amigos sepan lo poderosos que somos por haber conseguido esto.
Lo conseguimos, por fin somos un planeta que tiene claras
las cosas. Hemos aprendido a sopesar lo que nos interesa y la esclavitud de los
demás, la que con su vida hace posible que tengamos estos consumibles, nos
resbala o se coloca tan atrás que se pierde. Y es normal, ellos, los que se
hacen cada día más y más ricos a costa de muchos, con un poder impresionante
del que no se puede hablar, ellos han inventado los valores por los que debemos
vivir. Los unos siendo buenos esclavos, los otros siendo buenos clientes, sin
darnos cuenta de que en un lado u otro el tema es similar, solo que nosotros
hemos tenido suerte de nacer en este punto intermedio, donde la maldad pasa
casi desapercibida, lo importante es tener el ultimo iPhone para que nuestro
orgullo florezca. Nos ha de durar tres meses, demostrado, porque alguno sacará
otro aparato más caro y con mejores prestaciones; sin problemas, cada día hay
más esclavos que cantan al son de una canción que pide a dios que pare esa agonía.
Que no se quejen, comen todos los días… (Esto lo voy a poner en un wasap para
que mis amigos sepan que a mí también me resbala).
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