domingo, 30 de septiembre de 2012


Hoy es domingo y los domingos no son para trabajar, ni para pensar demasiado… pero a veces no se puede remediar. Hoy he caído en la cuenta de que esta semana he comido una cosa caducada. No tenía unos días de caduco, no, más bien un par de meses. Si es que soy dos cosas a la vez; una, inconsciente y la otra cabezota.
Cuando se vive por encima de mis posibilidades, en cuanto al espacio físico se refiere, se tiene la casa llena de trastos y siempre los lugares son pequeños, como mi cocina. Cualquiera que la vea dirá que no, que es una buena cocina y lo es, no lo dudéis, es un espacio de mi casa que me encanta, que considero mío, algo de la maldición femenina debe tener esta apreciación. Tengo mil cosas para cocinar que no entran en los armarios y aunque no soy de las que aman las despensas, tengo mis txokos para esas cosas que se compran en una oferta y son un recurso para cuando no quiero salir de casa, cosa que últimamente me pasa demasiado a menudo.
La comida no se puede guardar durante mucho tiempo, tiene que rotar. No es como antaño que se embotaba o salaba todo tipo de viandas para que durasen de una temporada a otra, ahora no se puede a menos que lo ponga en esas “legales” fechas que tras un: “Preferiblemente consumir antes de:” cosa que del todo es fiable, para esto hemos gastado muchos esfuerzos sociales, para fiarnos y que no pasen mayores desgracias.
Cuando era cría si te comías algo pasado lo más que ocurría, que se supiese, era una buena cagalera, qué a partir de los treinta empecé a ver como una oportunidad para deshacerme de un par de kilos de una manera rápida y sin mucho dolor; no demasiado peligrosa. Esto no deja de ser un cuento de vieja, como otros muchos.
En este país pasamos del guardar para cuando no hay, al tener que remover lo guardado; pasamos del comprar por confianza a nuestro tendero, a mirar cada uno de los embases a ver si estaba en condiciones, que no estuviese caducado, cuanto menos. Miramos también los componentes pero como hay que llevar un traductor en el bolso que nos diría que lo que comemos es de todo menos natural, tampoco queremos morir de susto más que de inanición. Cierto es que en este caso prefiero la ignorancia, de lo contrarío mi natural hipocondría se despertaría con cada cucharada y no puedo permitirlo, no comería, no bebería, no respiraría que esto también me da tiene sus componentes peligrosos y a poco que nos descuidemos llega con caducidad.
Así pues lo que más me llama la atención es la fecha que me aconseja, que me prohíbe de alguna manera comer eso que está en mi despensa. Al ser pequeña, la alcancía digo, hay cosas que siempre se quedan en el fondo o debajo, detrás de… y cuando aparecen las pobres llevan muertas desde hace tiempo, eso me pasó esta semana y me dije… “Querida, si ahora anda el país haciendo ley para que la gente no coma de la basura, que coman la misma basura pero repartida en bolsas… Cómo no te has de comer esto? Y así probamos si eso de la caducidad tiene su cosa. Además, qué puede pasar? Que tires dos kilos de esos que te sobran?” Esto último fue poderoso, lo reconozco, pero lo anterior me hizo pensar en que nos hicimos exquisitos y ahora estamos dejando de serlo.
Hace unos pocos años dejamos la socarronería comestible por un cuidado proteccionista en todo aquello que comemos. Que si no dar esto a los niños que tiene grasas polisaturadas, que si el bífidus, que si el colesterol y no solo esto, con las fechas de caducidad me dicen que la comida no presentará un aspecto desagradable, que era lo suyo antaño y que sin embargo es un purito veneno. Imagino que es por las cosas que le ponen, aun así una piensa que en la comida ha de pasar como a las personas, que por muchas operaciones de estética que se hagan, por mucho botox que se pongan, cuando tienen una edad se les nota, pareciendo viejos moldeados por un escultor que no les quiere y es malo con ganas. Esperas encontrar un atisbo de podredumbre en la comida caducada y no, está casi como siempre, sin mayores cambios.
Me lo comí y no paso absolutamente nada, bueno sí, que no tiré a la basura algo que según etiqueta ya estaba más que muerto. Pasamos de un cuidado extremo con todo a un… tampoco es para tanto. Luego pensé que esto es como todo, le ponen mil porquerías anti natura a las cosas y solo son peligrosas si te has de comer un kilo, entonces… tampoco es para tanto. Nos hemos quejado, hemos lanzado el grito al cielo por estas cosas y… ¿tampoco es para tanto? O sea que ahora que hay que dar de comer al hambriento olvidamos ser tiquismiquis con esto que antes era grave y se denunciaba. Los del gobierno han desistido en el tema y no lo han hecho ley, eso de dar lo caducado, lo estropeado a los que pasan necesidades, es mejor que sigan, bajo su responsabilidad, cogiendo, lo mismo, de los contenedores. Será por esto que el que pilla algo de estos nuevos colmados no tiene derecho a la queja, ni a la denuncia, ni es amparado por nadie. La basura solo contamina a nivel mundial, a otros niveles no deja de ser algo coloquial que por fuerza está con o junto a nosotros y al no dar paso a esta ley quiere decir que… tampoco es para tanto.
Mañana me como unas aceitunas del siglo XIX que descubrí el otro día, por probar a ver qué pasa. He entrado en el juego de ser una necesitada, en la resolución del que ante la carencia no ha de seguir siendo una exquisita, no sea que cualquier día de estos me vea rebuscando lo que para otros es sinónimo de veneno. Pobres sinónimos que andan a la virulé con tanto cambio.

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