Hoy es domingo y los domingos no son para trabajar, ni para
pensar demasiado… pero a veces no se puede remediar. Hoy he caído en la cuenta
de que esta semana he comido una cosa caducada. No tenía unos días de caduco,
no, más bien un par de meses. Si es que soy dos cosas a la vez; una, inconsciente
y la otra cabezota.
Cuando se vive por encima de mis posibilidades, en cuanto al
espacio físico se refiere, se tiene la casa llena de trastos y siempre los
lugares son pequeños, como mi cocina. Cualquiera que la vea dirá que no, que es
una buena cocina y lo es, no lo dudéis, es un espacio de mi casa que me
encanta, que considero mío, algo de la maldición femenina debe tener esta
apreciación. Tengo mil cosas para cocinar que no entran en los armarios y aunque
no soy de las que aman las despensas, tengo mis txokos para esas cosas que se
compran en una oferta y son un recurso para cuando no quiero salir de casa,
cosa que últimamente me pasa demasiado a menudo.
La comida no se puede guardar durante mucho tiempo, tiene
que rotar. No es como antaño que se embotaba o salaba todo tipo de viandas para
que durasen de una temporada a otra, ahora no se puede a menos que lo ponga en
esas “legales” fechas que tras un: “Preferiblemente consumir antes de:” cosa
que del todo es fiable, para esto hemos gastado muchos esfuerzos sociales, para
fiarnos y que no pasen mayores desgracias.
Cuando era cría si te comías algo pasado lo más que ocurría,
que se supiese, era una buena cagalera, qué a partir de los treinta empecé a
ver como una oportunidad para deshacerme de un par de kilos de una manera rápida
y sin mucho dolor; no demasiado peligrosa. Esto no deja de ser un cuento de
vieja, como otros muchos.
En este país pasamos del guardar para cuando no hay, al
tener que remover lo guardado; pasamos del comprar por confianza a nuestro
tendero, a mirar cada uno de los embases a ver si estaba en condiciones, que no
estuviese caducado, cuanto menos. Miramos también los componentes pero como hay
que llevar un traductor en el bolso que nos diría que lo que comemos es de todo
menos natural, tampoco queremos morir de susto más que de inanición. Cierto es
que en este caso prefiero la ignorancia, de lo contrarío mi natural hipocondría
se despertaría con cada cucharada y no puedo permitirlo, no comería, no
bebería, no respiraría que esto también me da tiene sus componentes peligrosos
y a poco que nos descuidemos llega con caducidad.
Así pues lo que más me llama la atención es la fecha que me
aconseja, que me prohíbe de alguna manera comer eso que está en mi despensa. Al
ser pequeña, la alcancía digo, hay cosas que siempre se quedan en el fondo o
debajo, detrás de… y cuando aparecen las pobres llevan muertas desde hace
tiempo, eso me pasó esta semana y me dije… “Querida, si ahora anda el país
haciendo ley para que la gente no coma de la basura, que coman la misma basura
pero repartida en bolsas… Cómo no te has de comer esto? Y así probamos si eso
de la caducidad tiene su cosa. Además, qué puede pasar? Que tires dos kilos de
esos que te sobran?” Esto último fue poderoso, lo reconozco, pero lo anterior
me hizo pensar en que nos hicimos exquisitos y ahora estamos dejando de serlo.
Hace unos pocos años dejamos la socarronería comestible por
un cuidado proteccionista en todo aquello que comemos. Que si no dar esto a los
niños que tiene grasas polisaturadas, que si el bífidus, que si el colesterol y
no solo esto, con las fechas de caducidad me dicen que la comida no presentará
un aspecto desagradable, que era lo suyo antaño y que sin embargo es un purito
veneno. Imagino que es por las cosas que le ponen, aun así una piensa que en la
comida ha de pasar como a las personas, que por muchas operaciones de estética que
se hagan, por mucho botox que se pongan, cuando tienen una edad se les nota,
pareciendo viejos moldeados por un escultor que no les quiere y es malo con
ganas. Esperas encontrar un atisbo de podredumbre en la comida caducada y no,
está casi como siempre, sin mayores cambios.
Me lo comí y no paso absolutamente nada, bueno sí, que no
tiré a la basura algo que según etiqueta ya estaba más que muerto. Pasamos de
un cuidado extremo con todo a un… tampoco es para tanto. Luego pensé que esto
es como todo, le ponen mil porquerías anti natura a las cosas y solo son
peligrosas si te has de comer un kilo, entonces… tampoco es para tanto. Nos
hemos quejado, hemos lanzado el grito al cielo por estas cosas y… ¿tampoco es
para tanto? O sea que ahora que hay que dar de comer al hambriento olvidamos
ser tiquismiquis con esto que antes era grave y se denunciaba. Los del gobierno
han desistido en el tema y no lo han hecho ley, eso de dar lo caducado, lo
estropeado a los que pasan necesidades, es mejor que sigan, bajo su
responsabilidad, cogiendo, lo mismo, de los contenedores. Será por esto que el
que pilla algo de estos nuevos colmados no tiene derecho a la queja, ni a la
denuncia, ni es amparado por nadie. La basura solo contamina a nivel mundial, a
otros niveles no deja de ser algo coloquial que por fuerza está con o junto a
nosotros y al no dar paso a esta ley quiere decir que… tampoco es para tanto.
Mañana me como unas aceitunas del siglo XIX que descubrí el
otro día, por probar a ver qué pasa. He entrado en el juego de ser una
necesitada, en la resolución del que ante la carencia no ha de seguir siendo
una exquisita, no sea que cualquier día de estos me vea rebuscando lo que para
otros es sinónimo de veneno. Pobres sinónimos que andan a la virulé con tanto
cambio.
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