En los buenos días, en la red, encuentro resentimiento. Otra
cosa sería si nos pillan saltando de la cama, los habrá con muy buena cara y
aquellos que el recuerdo del mundo solo les hace enfadar; los que se revuelven
ante un hecho, el levantarse, que no tiene remedio, sobre todo por la necesidad
imperiosa de ir a mear que no es cosa de reivindicación y dejarse llevar. Los
que duermen profundamente y parece que se trasladaron a otra dimensión en el
sueño, miran un poco espantados, como comprobando el nivel al que han llegado,
casi como si fuese una sorpresa, les cuesta procesar la nueva información y
mean, como todo el mundo, sin mayores clasificaciones generacionales, sociales
o del rencor.
Veo las entradas esas donde se clama justicia, libertad o
solidaridad y de cuando en cuando los que tenemos cierta edad apostillamos,
como un grito educado, el recuerdo que confirma que en el fondo siempre
pensamos que el tiempo en pasado fue mejor. Lo es para nosotros, lo necesitamos
recordar solo por pura añoranza de la juventud que se nos escapa. Dejamos
muchas cosas “para mañana” sin pensar que este mañana no llega nunca y ni
siguiera durmiendo como un bebe lo alcanzamos. Queremos, exigimos cosas,
posturas, intenciones, casualidades que antes se daban y ahora parece se
olvidaron. Solo las han olvidado los que nunca las tuvieron cerca, nosotros las
revivimos cada vez que chocan con la realidad.
Recordamos cuando se usaban las “Palabras de Valor” esas que
además eran del todo gratuitas y por pura costumbre dejaban de ser un obsequio.
Olvidamos entre modernidades que un “Buenos Días” es carta de presentación y
unas “Gracias” firma educada, de consideración y conciencia.
En cierta ocasión un chiquillo entró corriendo, como
entraban muchos, al bar donde trabajaba. Sudando y rojo por el juego se aupó a
la barra para decir: “¿Me das un vaso de agua?” pongo interrogantes por pensar
bien, que casi fue una orden. Le mire desde arriba, que es como los adultos
miran a los niños y le dije muy seria: ¿Y las palabras mágicas? El niño se lo pensó
un momento, tragó saliva y me replicó: “¿Cuánto vale?
Descorazonador el niño, vi todo su futuro delante de mí,
como si su gracia, la de los infantes, se estuviese muriendo. Le expliqué las
mínimas normas de urbanidad, esas que echamos tanto de menos y que a veces confunden
a los que nos rodean. Y como veía que no me entendía terminé la parrafada con
un: Son gratis, pero si las dices, el que te escuche se pondrá contento y te
tratará mejor. Aunque sea por lo que ganas, merece la pena usarlas.
Desde ese día tuve niños educados, por mí, en el bar, que
entraban pidiendo agua y obtenían algún premio a cambio. Sé que esto se hizo
costumbre y que esos niños con el tiempo olvidaron que ser amables y educados
es gratis o tiene premio, lo tomaron como suyo, porque siempre acaba bien.
Ahora, en la distancia se recuerdan las pérdidas y las
carencias, pero no es para tanto. A nosotros nos enseñaron que era por respeto
al otro, a estos, los nuevos, se les enseña que sirve como una buena campaña de
publicidad y para el caso, es lo mismo. Un buen estimulo, provoca una buena
respuesta. Y esto no va a misa, va a todas partes.
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