En Altea están de fiesta, El Arbret, que es un día especial
con una romería singular acarreando un árbol que se instala en la plaza. Lo
curioso de esta fiesta es que numerosos muchachos traen el árbol, antaño desde
el río, a hombros, entre todos. La base de la fiesta es otra, se le supone un
rito iniciático de fecundación, pero a mí siempre me parece un triunfo del
grupo, un hacer algo potente entre todos; homenaje al ponerse de acuerdo, aunque
sea una fiesta. La gente los riega para calmar sudores y las ropas se van
desprendiendo a medida que se hace el camino. Al final, en la plaza, están
calientes, excitados, contentos y cansados. Al anochecer les espera la verbena que
juntará esos cuerpos y los preparará para la noche de los que hacen lo propio
en el mar. Ellas se bañaran un poco, esperando que las olas rompan la virginidad
del momento y les conceda los deseos que no se pueden decir en voz alta. Ellos seguirán
mojados, porque San Juan es fiesta para los cuerpos.
Me he ido de verbena en esta entrada. La idea no era hacer
un cartel de las fiestas de mi pueblo, era otra, quizás menos sonora, pero
mucho más… edificante. Hoy a la tarde, estaba sacando una silla del coche un
chiquillo de unos 10, quizás 11 años me ha dicho: “¿Necesitas ayuda?” y me he
sorprendido tanto que solo le he dado las gracias y le he dicho que no. Mira
que soy tonta y poco despierta. Le tenía que haber pedido que me dejase hacerle
una foto, poder saber su nombre y si me apuras hacerle un regalo. Me ha
emocionado ver que aún quedan chiquillos normales, aunque sea uno, que digo yo
tiene que haber más, muchos más, solo que la vida no nos lo pone en el camino todo
el tiempo y pareciese que falten.
Era un nano morenito, venia sin la camiseta, por lo que
deduzco ha llegado de la fiesta del árbol. Tenía un precioso pelo oscuro y unos
ojos negros dignos de una raza especial. No puedo decir si era de aquí o de
allá y poco me importa, es vecino de Altea y con esto me basta. Un buen
muchacho, como los de antes, como muchos de ahora que tampoco sabemos su
nombre, porque recordamos los que hacen tropelías, los que no saludan ni dan
las gracias… porque somos tan idiotas que el malestar se queda mucho más tiempo
en nuestra memoria que lo bueno, lo realmente importante. Este año voy a
escribir mi carta a los reyes pidiendo que el buen chico tenga un gran regalo,
que sus padres no pasen penurias, ni los padres de sus amigos. Que la escuela
no se quede sin posibles y pueda tener posibilidades de terminar una carrera o
una buena maestría, lo que sea que decida, porque sé que tendrá a bien pensar
en que estudiar es hacer algo doblemente, para sí mismo y para la sociedad.
Pediré por sus mayores para que no necesiten médico alguno, pero si así fuese
que tengan a bien ir al servicio que desde hace años este país podía sostener y
que tan bueno era.
Hay cosas que nos empeñamos en echar en falta cuando
carecemos de ellas, porque recordamos haberlas disfrutado. La educación, la
cordialidad en un chiquillo desconocido no la notaba, había olvidado que yo era
así de pequeña, porque algún adulto majo me enseñó que esto solo trae cosas
buenas.
Si venís al pueblo ser cariñosos con nuestros críos, que ya veis,
puedes toparte con este encanto desconocido.
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