Una de las cosas que pondría en la lista de objetos que me
han gustado, que me hizo pasar muy buenos ratos y que deje mil horas en eso,
sin duda es la Game Boy.
La primera, la gris grandota que apareció en casa de la mano
de mi hijo y que me apropie descaradamente, fue mi compañera de juegos durante
mucho tiempo. Al poco regale una a mi padre y el hombre dejo de hacer
solitarios para colgarse del Tetris. Se pasaba las horas de su jubilación dándole
a los controles y cuando llegaba a una nueva meta corría a enseñárselo a mi
madre para que le sirviese de testigo, luego me telefoneaba y todo contento me
contaba que al final… salía un pingüino tocando un violín.
Era muy gracioso ver a los niños que rodeaban para admirarse
de mi agilidad en el juego. He jugado a mil cosas diferentes y he tenido un montón
de maquinitas desde aquella gris hasta las más nuevas. Ya no la llevo en el
bolso, ahora un tablet ha conseguido separarnos, debe ser el tamaño de la
pantalla que ya no tengo la vista como antes. Pero aun así, cuando viajo, me
acompaña.
Nunca he conocido un juguete que sea tan robusto, tan fiable
y tan gustoso. Ya podía ser un ejemplo para los actuales fabricantes de máquinas
que se mueren antes de que te aburras.
Sin duda es mi maquinita, mi juguete preferido con mucho.
Ahora todos hacen lo mismo que hacía yo hace unos años, jugar, con su móvil,
pero jugar al fin y al cabo, que me da a mí que esto gusta a todos, a casi
todos.
Esta es una buena peli que cuenta la historia de esta
preciosidad.
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