Me voy a poner sería… lo intento y mi faz se queda enjuta
con una expresión triste, como quien tiene verdaderos poderes y puede ver el
futuro. Noto que por aquí no hay de esos porque de haberlos hubiesen abandonado
el país como las ratas de un buque que esté a punto de naufragar.
Me siento una rata o ni eso, un ratón de esos que solo viven
para beneficio de los laboratorios y a los que se les hace todo tipo de
perrerías. Se les da, se les quita, de la misma manera que si de una pelusa se
tratase. Hacen de mí lo que quieren y es más, diría que les funciona bien. Un
día me levanto y siento que la luz se hizo, que comprendo un poco la situación
social que me rodea y sin embargo al llegar la tarde noto que algo o alguien me
la ha trastocado. Debería cerrar los ojos y sentir que todo pasa a espuertas,
que no me afecta tanto como dicen y que es mejor crear un pequeño mundo donde
todo esté casi en estado de predicción. Me asusta ver que ya ni el horóscopo es
capaz de acertar; no tendré trabajo porque soy mayor de 45 años, no veré a mi
hijo progresar porque es joven y seguramente moriré por una enfermedad no
detectada a tiempo o mala atención. Ni siquiera me preocupo de la carestía de
la vida, no existe tal cosa, los comerciantes subirán todos los productos y de
no ser así, no tendré dinero para adquirirlos, con lo que ese tema ya queda
zanjado. Muchas de las cosas que tuve no las volveré a tener y es posible que
hasta los recuerdos los tenga que empeñar, pero no me importa, me queda eso que
debería haber empezado el día que aprendí a escribir, un diario. Algo donde
poder ver la trayectoria, los sueños, que es lo que queda si no se tiene
futuro.
No debería ver noticias, siempre tan puntuales y tan
contradictorias según nos las cuenten, sin llegar nunca a saber de la realidad,
más que nada porque no estoy en el lugar y seguro que aún estando, tampoco
vería la verdad. Me fastidia ver que si bien he aceptado la premisa de que me
engañan, que me usan para algún beneficio desconocido, que no es en mi favor,
ni en el de los míos, ellos tampoco lo dan por hecho. Descubren tramas de
pequeños tramposos, gozan por las desgracias que parecen gracias de unos y de
otros, se sienten fuertes y yo les veo el rabo, que es igual que el mío,
incluso a veces mayor. La mayoría somos perros.
Me he de quedar en casa y lamentar el poco poder
adquisitivo que tengo, no vendrán tiempos mejores porque nadie quiere parar
esta mala circunstancia, ni detener a los que nos empujan hacia una miseria
segura.
Lo estamos haciendo mal, lo veo, lo sé. No encuentro
cambios que puedan funcionar, no solo es sacar al gobierno del palacio donde
imponen sus ideas; no es derogar constituciones o leyes… es un cambio total,
tajante, grandioso.
Lo más sencillo es lamentar la situación, luego quejarse
y señalar con dedos acusadores, volver a lamentar, volver a… así una y otra vez
sin que veamos ningún temblor. En estas situaciones descubrimos al amigo, al
vecino que se cae o se hace grande. Si se puede se ayuda, pero sin tocar, no
sea que esto contagie o bien descubres que algunas personas a las que no
conocidas lo suficiente les sobra moral, son solidarios y disimulaban.
¿Qué somos nosotros en esta casa? ¿Los habitantes
inquilinos? Porque visto lo visto, propietarios no somos, aunque paguemos
fortunas por vivir aquí y nos lo permitan hasta que muramos; somos los que se
quejan de la falta de gestión para tener un buen conserje y esos servicios que
tanto nos gustan y que a veces son imprescindibles. Pero la casa tiene la
enfermedad en las entrañas y por muchos buenos arquitectos que lleguen no se
podrá rehabilitar. Hay que tirarla abajo y empezar de nuevo. Nunca pensamos que
habría un dueño del solar, uno que se apropiase de la acera o la calzada, y lo
hay, uno o varios, se reparten un pastel donde nosotros no somos la guinda,
somos la masa. Los inquilinos con casas podridas deberán buscarse la vida y no
esperar que vengan otros a levantar un nuevo futuro, deberán replantearse si es
así como quieren vivir. Y se me ocurre que hubo un tiempo en que ellos eran los
dueños, de sus vidas, de sus casas, del suelo… tenían nombre y apellido: Pueblo
Soberano. Ellos son los que decidían que debían hacer los encargados,
controlaban los recursos y los gastos. Los gestores que trabajaban para ellos
lo hacían bien, cumpliendo las ordenes de los Soberanos, el Pueblo.
No fue un sueño, ni una utopía, esto pasó y lo perdimos
por dejar de participar, por permitir que las decisiones las tomasen otros. Uno
dice, todos sopesan y discurren que es lo mejor, luego votan y actúan. Tan
simple, tan sencillo que parece un cuento. Pues dejémonos de tonterías, tiremos
a bajo los edificios mal construidos y pongámonos a la tarea de vivir, y
hacerlo bien, creando futuros aceptables para nuestros hijos y sintiendo que la
calle, el solar y la casa nos pertenecen.
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