lunes, 22 de octubre de 2012


Me doy cuenta de la poca memoria que tengo, había encontrado un artículo de reflexión, uno de esos que hasta hace unos años solo existían en las esquinas de los periódicos de papel, con formato alargado y que no debían de ser muy bien considerados porque se hacían difíciles de leer; solían traer una mini foto de un señor, raramente señora, con el nombre debajo y un mini titular al lado. Qué época en la que la opinión del periodista o del sabelotodo, amigo del director, no contaba mucho. Los otros, los periodistas de toda la vida mostraban su tendencia, su opinión en las preguntas y siempre era la misma, la que ese periódico mantenía, dando la cara o a escondidas… qué tiempos los de leer entre líneas, mucho más divertidos, que al final uno también ponía su granito de arena y leía lo que le daba la gana, entre líneas, digo. Ahora todos podemos exponer nuestras opiniones, seas periodista o no, entrando a formar parte de ese batallón de filósofos de teclado que tanto pululan por todas partes, incluida yo, que no llego ni a eso de lo poco que pienso las cosas. Habría que hacer una pestaña a lo de “filósofos del teclado” con los aventureros del clip, más que nada porque solo por ventura soltamos algunos pareceres, a veces acertados, otros debidamente empaquetados, como los que andan en el mundo de las magias, por si en esas, cuela.
El caso es que he leído un artículo mientras me tomaba el café, no he visto foto del opinador, solo publicidad de no sé qué cosa que he tenido que apartar (cada día lo ponen más difícil esto) y lo he mirado solo por encima, pensando en que luego le concedería algunos de mis preciosos minutos. Lo digo como si mis tiempos fuesen bonitos, que lo son.
El hombre decía que ya se estaba dando el caso de alegría editorial, que había visto tres o cuatro directores de estas empresas frotándose las manos en los premios Planeta. Contaba que hablaban y bebían contentos, cosa rara en los últimos tiempos y que al ser preguntados solo sonreían con cierta mala leche, sin decir lo que les estaba poniendo tan contentos. Se tachaba de curioso y que no paró hasta ver que era aquello que les animaba tanto. La cosa era que había cogido a uno de una editorial pequeña y le había invitado a unas copas, por aquello de sonsacar que era lo que pasaba. Al tercer gintonic con limón, como marcan los cánones, su lengua se soltó sin remedio. Le contaba el editor que les había llegado una información secreta donde se les instaba a que se preparasen para la reedición de todos los títulos con vistas a los nuevos mercados.
“Me sorprendió mucho esto”, dice el del artículo, “pensé que se trataba del mercado de Azərbaycan o del de países árabes…” luego cuenta la sorpresa de que no, de que las nuevas ediciones son para nuestro mercado patrio y expatrio, o sea para los “nuevos” países que se avecinaban, y que mientras esto ocurría ya se estaban poniendo manos a la obra con los títulos más relevantes de la literatura mundial. La cosa no solo era reeditarlos en vasco o catalán, que eso en muchos casos ya se ha hecho, lo nuevo del asunto es por el nombre; no solo se ha de cambiar a estos idiomas, también en castellano, ya que los compradores sudamericanos estarían más que satisfechos con esta medida, en especial con el gobierno de Venezuela.
La idea que tenían era esa, editar todo nuevamente con pequeños cambios. Por ejemplo: Huckleberry Finn, el de las aventuras de Mark Twain, ahora pasará a llamarse Arandano Finn, Naviu Finn o Cranberry en vasco, o el señor Cervantes que no solo será Miguel, también Miquel o Mitxel y su querido Sancho tendrá Antso y Sanç, quedando bonito un Don Kijote Mantxa'ko o L'enginyós cavaller Don Quixot de la Manxa, igual de ingenioso pero en catalán. Y así se hará con todas las obras, todos los protagonistas o autores perderán el nombre original por la acepción que tengan en el de cada uno, bien sea gallego, balbe, andaluz o vasco y desde luego castellano.
Imagínense la cantidad de nuevas obras editadas, normal el contento. Habrá que cambiar hasta los libros de la universidad, y de paso se podrán hacer esas “regularizaciones” que tanto gustan a los políticos que estén en ese momento en el poder. No me gusta la idea, porque aun recuerdo los tiempos en que había un Kik Duglas y tenía un hijo que se llamaba Maikel Daglas, no sé si se usará Kirk como lo que es, iglesia o se dejará tal cual, que en muchos casos suenan más que irrisorios… Jorge El Arbusto Caminante o lo que en su materna lengua era George Walker Bush, y tanta chanza nos produjo.
La verdad es que no he podido leer si al autor le parecía bien o mal, si le producía tanta risa como a mí y tanta desesperanza, que sé de primera mano lo que es tener que hablar con guiris y encontrarme con que lo que yo digo, siempre, irremediablemente se dice de otra manera y no hay forma de entenderse, sobre todo con las risas de los que me escuchan. Yo pensaba que había que abrirse, que la cultura era otra cosa… Un beso, os quiere, Miren Koldobike.  

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