viernes, 16 de noviembre de 2012


Escribir es fácil. Solo debes coordinar letras y formar palabras... las debes, por obligación colocar ordenadas, de tal forma que sea fácil identificar la idea. Puedes pasear por las descripciones como un guía turístico y enseñar los entres
ijos de un diptongo o del verbo más sonoro; salpicaras con signos de esos que facultan un respiro, tan fuertes son que te apartan de línea en línea. Me gustan los dos puntos, me gustan tanto que a veces les doy la vuelta, para que el que está abajo pueda ver lo que ve el de arriba.
Escribir es fácil, lo difícil, que siempre tiene que haber otra cara, es contar una historia y no una cualquiera, una excepcional. Estas, las historias rondan por las cosas, por las caras, los gestos y en el aire flotan como las mariposas, igual que ellas tienen colores y las presupones que en otras líneas fueron capullo, larva y huevo. Lo usas para crear un pasado que te ha de convenir para formalizar el presente que estás contando; con todo tipo de matices y membranas que harán de enlace para que las frases no se descoloquen en suspiros. Captas la idea, la has visto revolotear por la cosa más tonta o en la mirada de un amante y te la guardas entre las hojas de un cuadernillo o en la servilleta de un bar. No importa donde la guardes porque realmente la has absorbido, como si fuese el moco de otro o el polen de una abeja que por allí pasase. No te pertenece, aun es libre de volver a volar y posarse donde le de la gana.
Tomas las palabras que van creciendo, los signos que apoyan las frases y la idea. “Mézclese bien y sazónelo con una pizca de originalidad, dos gotas de intriga y un pedazo pequeño de moral. Colóquelo todo en fila, a ser posible en varias páginas y no descuide el final, que es un ingrediente relajante, necesario e imprescindible”
Escribir es fácil teniendo la receta, pero siempre me falta el último y más importante de los ingredientes. La idea tomó forma, volaba tan bien… esos colores hermosos y concretos, esos mensajes hechos con pelusas, esos ojos que te miran sin verte, porque no tienen un final.
Miro lo que otros escriben y ahora estamos a la par, veo sus finales que no cortan nada. Más pareciese que quieren alargar lo imposible. Puede pasar tres cosas, a saber: que no tengan un modo de terminar, que lo tengan y se les acabó la tinta o bien que tengan la suerte de tenerlo y como es un ingrediente escaso no lo quieran enseñar, no sea que se lo despojemos.
Escribir es fácil, tenemos la historia haciendo volantines en el estomago después de tragarte las notas, pero el final de la historia, ese no nos pertenece, seguramente porque de tanto escribir, nos quedamos sin palabras o en un punto y aparte, se apartó de nuestro camino. La palabra que nos salva a todos sin distinción es: Fin.
UNA DULCE CANCIÓN SIN FINAL... LA ESCUCHARÍA UNA Y OTRA VEZ...

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