martes, 16 de abril de 2013

Qué fácil es decir esto mirando la televisión.


Hace unos años, a decir verdad, muchísimos, siendo pequeña, me recuerdo dando la vara a mi padre para que diese la vuelta con el coche a ver que le pasaba a un señor que estaba tumbado en un banco. Mi padre decía que lo conocía, que era un borrachín y que seguro estaba durmiendo la mona. Pero me puse pesada con frases como: "...Y si está enfermo?... Y si se ha muerto?" A lo de enfermo respondía que sí, que lo estaba por beber y a lo de muerto que si lo estaba poco se podía hacer.
Dio la vuelta un kilómetro más abajo cansado de que la pesada no parara hablando de que no teníamos corazón y otras cosas más de alguien pequeño que no ve más que pedacitos de mundo. El hombre llevaba una buena encima, enfermo de beber, como había dicho mi padre y a la que llegamos ya se acercaba a su portal.
Me abroncaron por cabezota y entre unas y otras imaginaban la monumental riña que tendría con la mujer.
Desde entonces soy más comedida, miro bien por si me espanto yo sola no sea que al resto les parezca normal y les moleste.
Ayer a última hora de la noche, una persona colgó una fotografía de la explosión en Boston. Era un muchacho en una silla de ruedas con los pies reventados. No voy a describir eso que es del todo desagradable y patético, supongo que muchos ya la han visto.
Me quede mirándome el ombligo a ver que grado de estupefacción me producía y la verdad no era el esperado. No me produjo esa electricidad que te da en el estómago como hace años cuando veía, incluso imaginaba algo así. Me dio pena, lastima, rabia, poco más. Esas sensaciones ya están preparadas para estos casos, como si no les pillase de nuevas. Y es que llevamos años funcionando a través de estas cosas tan modernas que tenemos, que nos muestran las realidades en color, son sonido y al instante y en vez de hacernos más conscientes de que es una desgracia para muchos o para uno en concreto, nos quedamos medio fríos. Sin una verdadera explosión de malestar.
Dirán que con lo que pasa cada día nos hemos acostumbrado, qué triste. Nos ha pasado como si fuese publicidad, que al llegar al supermercado la mano se dirige sola hacia ese producto que se instaló como bueno y no te planteas cambiar.
Pasamos de una desgracia a otra demasiado deprisa, sin pensar, sin digerir que hay humanos salvajes a los que las vidas de otros les importa una mierda y que son plaga. Unos mandan muchachos a las guerras, otros se ríen de la velocidad que toman sus coches o de que algunos venenos estén en nuestras comidas; hemos dejado de personalizar las desgracias para agruparlas y así hacerlas cotidianas, normalizarlas, con asco, enfado y miedo, que dura lo que la visión de una instantánea por internet. Llegará otra y otra y no regresaremos a ver si es un borracho o un desgraciado muerto. En el fondo hemos aprendido a sobrevivir entre la miseria.
Qué fácil es decir esto mirando la televisión.

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