lunes, 11 de febrero de 2013


No más de cinco minutos... Y es que a veces creo que hay que darse cuenta de esos pequeños detalles que nos rodean. A buen seguro la mayoría de nosotros hacemos el honor, actuamos así y ni siquiera nos damos cuenta. 
No hace falta que venga un educador para enseñarte como se hace, lo aprendes viendo lo que te rodea, porque el que hace esto, es en sí mismo un enseñante, un maestro sin querer.
Los pedagogos dirán aquello de que es valioso el estimulo-respuesta... pero se me ocurre que incluso sin ver la respuesta, sin buscarla, ni necesitarla... muchos pocos hacen un mundo mejor.
Hoy tocaba saludar y nos saludamos como gentes de bien que somos. Muchas veces anda uno por el mundo con premura, y pareciese que exhalar aire y expulsarlo haciendo un ruido simple, provocando una palabra sea costoso; no lo es, al contrario, te beneficia. 
Si vas caminado por la calle, si llegas a la parada del bus, si entras en un comercio, el saludo te abre la puerta. Es como si llevases un pin bien grande donde dice: Eh! colega de mundo, mírame, soy buena gente!
Tengo que reconocer que en mi casa me entrenaron para esto y si mal no recuerdo había unos seis o siete modos diferentes en el saludar, dependiendo del lugar en el que te encontrases. No había una cartilla con las maneras y los propósitos, todo era a base de ejemplos. Mi padre tenía muchos amigos y conocidos, se acordaba de quienes eran y los saludos alcanzaban rangos. Podía ser un rápido: "Epa!" o un cordial: "Eh! ¿Cómo te va?" que daba píe a pararse unos segundos para más preguntas y sencillos "bien" o unos minutos y contar un chascarrillo, algún problemilla o quedar para otra mejor ocasión. Lo recuerdo claro e incluso alguna vez en la que se escuchaba por parte de un acompañante: "Qué pesau eres! tanto saludar..." Siempre pensaba que esto era idiota, que la sonrisa que acompañaba los "Epas" de mi padre eran buenos y nunca sobraban. Le gustaba tanto sentirse arropado que cuando viajaba a otros lugares donde no era conocido se mordía la lengua, hasta que no podía más y saludaba al primero que por imagen parecía majo. Lo necesitaba, era algo que iba con él a todas partes.
Porque un saludo es una gratuidad que no deberíamos perder, es algo que te acompañará en el caminar, en el conocer nuevos lugares o entrar en los sitios. Ahora entramos en algún comercio con miedo, sin mirar a los que allí trabajan como si tuviésemos la sensación de que más que para atender, están para vigilar y nadie quiere saludar al vigilante. Olvidamos que es su casa por las muchas horas que allí están, son vecinos de igual modo.
Nadie sabe el sentimiento de gratitud que se puede dar por regalar una simple palabra. Vacilamos con que conocemos el "efecto mariposa" y no lo usamos para nada... funciona, bailan en el ambiente las muestras de simpatía, por muy pequeñas que sean y de una manera u otra te son devueltas.
Otro día, hablamos del dar las gracias, que es un reconocimiento bello para cerrar una sesión… Así sea… gracias por estar.

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