lunes, 7 de enero de 2013


Ya pasó esto de las fiestas navideñas y como siempre nos cansamos antes de tiempo que en octubre ya vimos los primeros anuncios sobre el tema y en mi supermercado habían sacado la mesa grande con los turrones. Hice lo que se esperaba y piqué, probé la navidad antes de tiempo y para cuando tocaba ya estaba harta de eso. En esas estábamos cuando el fin de los tiempos llegaba y me pasó lo mismo, tanto escucharlo cuando llegó estaba deseando que se acabase la tontería. No me lo había creído mucho por varias razones de escéptica que soy, pero una poderosa se imponía: ningún banco presta dinero a un país en ruina si no espera cobrar. Más poderoso que esto no había desdecires de la Nasa que valiesen. Así que como no había manera de librarse, acepte lo inevitable, la navidad. Este año ha llegado sin pena, ni gloria, sin mayores dolores, todos andaban comedidos, tanto que los que podían por no querer hacer mella en la herida han disimulado y los que no, han tirado mano de lo antiguo, el poder del amor que cubre unas cuantas necesidades básicas. A saber: el chovinismo, la exaltación, el consumo exagerado… y todos contentos. Este año hemos vuelto al “Ustedes Son Formidables!” y quien más, quien menos, ha hecho sus pinitos en un apaño caritativo para con otros, incluso el domingo, después de Reyes no ha habido esa salida en estampida a los parques para enseñar lo recibido, no sea que nos cataloguen de algo que no somos, aunque nos lo parezca.
Se cerró la época en la que los deseos se regalan a trote y moche y los abrazos se reparten. Se cerró el pensar que a lo mejor algo puede cambiar y nadie cayo en la cuenta de que mucho ha cambiado. Por más que nos empeñemos ya no somos aquel resquicio de nuevos ricos con que vivimos casi una década, ahora solo lo recordamos y tiramos del atrezo disimulando un miedo que ya ha calado. ¿Iremos a peor? No sé, es de imaginar que meter la porquería debajo de la alfombra no soluciona nada, seguiremos de dolientes, esperando tiempos mejores, con ese remanente escondido. Lo triste es que ahora todos lo conocemos, maquillado o no, real o falso, nos da igual, vemos que nos siguen pidiendo que nos apretemos un cinturón que ya no tiene medida y mientras el de unos es de cuero bueno, el de otros empieza a ser una maroma de esparto. Esos, los del cinturón bueno han aprendido a disimular, a no hacer espavientos con su riqueza, a callar por la cuenta que les trae y seguirán amasando dinero desde atrás, incluso quejándose de lo mal que están las cosas. A ver si tenemos suerte y seguimos señalándoles con el dedo, por si en una de esas se lo metemos en uno de los tres ojos y dejan de sentirse superiores. 

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