Ya pasó esto de las fiestas navideñas y como siempre nos
cansamos antes de tiempo que en octubre ya vimos los primeros anuncios sobre el
tema y en mi supermercado habían sacado la mesa grande con los turrones. Hice
lo que se esperaba y piqué, probé la navidad antes de tiempo y para cuando
tocaba ya estaba harta de eso. En esas estábamos cuando el fin de los tiempos
llegaba y me pasó lo mismo, tanto escucharlo cuando llegó estaba deseando que
se acabase la tontería. No me lo había creído mucho por varias razones de escéptica
que soy, pero una poderosa se imponía: ningún banco presta dinero a un país en
ruina si no espera cobrar. Más poderoso que esto no había desdecires de la Nasa
que valiesen. Así que como no había manera de librarse, acepte lo inevitable,
la navidad. Este año ha llegado sin pena, ni gloria, sin mayores dolores, todos
andaban comedidos, tanto que los que podían por no querer hacer mella en la
herida han disimulado y los que no, han tirado mano de lo antiguo, el poder del
amor que cubre unas cuantas necesidades básicas. A saber: el chovinismo, la
exaltación, el consumo exagerado… y todos contentos. Este año hemos vuelto al “Ustedes
Son Formidables!” y quien más, quien menos, ha hecho sus pinitos en un apaño caritativo
para con otros, incluso el domingo, después de Reyes no ha habido esa salida en
estampida a los parques para enseñar lo recibido, no sea que nos cataloguen de
algo que no somos, aunque nos lo parezca.
Se cerró la época en la que los deseos se regalan a trote y
moche y los abrazos se reparten. Se cerró el pensar que a lo mejor algo puede
cambiar y nadie cayo en la cuenta de que mucho ha cambiado. Por más que nos
empeñemos ya no somos aquel resquicio de nuevos ricos con que vivimos casi una década,
ahora solo lo recordamos y tiramos del atrezo disimulando un miedo que ya ha
calado. ¿Iremos a peor? No sé, es de imaginar que meter la porquería debajo de
la alfombra no soluciona nada, seguiremos de dolientes, esperando tiempos mejores,
con ese remanente escondido. Lo triste es que ahora todos lo conocemos,
maquillado o no, real o falso, nos da igual, vemos que nos siguen pidiendo que
nos apretemos un cinturón que ya no tiene medida y mientras el de unos es de
cuero bueno, el de otros empieza a ser una maroma de esparto. Esos, los del cinturón
bueno han aprendido a disimular, a no hacer espavientos con su riqueza, a
callar por la cuenta que les trae y seguirán amasando dinero desde atrás,
incluso quejándose de lo mal que están las cosas. A ver si tenemos suerte y
seguimos señalándoles con el dedo, por si en una de esas se lo metemos en uno
de los tres ojos y dejan de sentirse superiores.
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